¿Por qué comemos lo que comemos?
Es una cuestión cultural. La gran ventaja de España es que siempre ha estado en medio de los trayectos y todos los que han pasado por aquí han dejado su comida. La famosa dieta mediterránea española no existe realmente, puesto que los olivos y las naranjas vienen de oriente, los tomates de Sudamérica, etc. Esta variedad es precisamente la riqueza de nuestra dieta.
La aceptación de un alimento puede ser a base de insistencia, como ocurre con la comida rápida. Las hamburguesas no se comían en España, aquí había filetes rusos, pero la presión publicitaria o el ambiente social lo han conseguido. Cuesta mucho que un nuevo alimento se asiente en la dieta de una cultura: el sushi lleva presente más de una década en nuestro país y no a todo el mundo le gusta. Cuando el alimento se asienta en la cultura, queda probablemente para siempre en la dieta. Por ejemplo, las algas no acaban de tener éxito en nuestro país, como si lo tuvieron en su momento el tomate o la patata.
Los tiempos han cambiado y la posibilidad de comer en casa todos los días ya no es viable, ¿cómo influye esto en la dieta de consumidor?
El binomio prisa-dinero dificulta el comer bien. No todos pueden comer en un restaurante todos los días, algunos apuestan por la tartera o un bocadillo. Esto no significa que no podamos comer bien, sólo hay que organizarse y tener unos conocimientos que muchas veces desconocemos. Es posible comer bien aun no comiendo en casa, sólo hay que saber elegir. Si comes en restaurantes con menú del día has de buscar alimentos saludables, es decir, que tenga más verdura, más pecado, que no sea un sitio de fritanga. Afortunadamente, sobre todo en las grandes ciudades, hay muchos lugares donde elegir. Si prefieres llevar la comida de tu casa no pasa nada, hay muchas comidas saludables que puedes llevar en la tartera: desde una ensalada hasta el famoso pollo en salsa. Lo ideal en todos los casos es compensar con lo que cenas y lo que desayunas. Lo fundamental es una buena organización. Si nos alimentamos mal durante una semana, no pasa nada; pero si la mala alimentación es frecuente estamos echando mala gasolina al coche más importante, el cuerpo. Los recambios de cuerpo andan caros y, además, duelen.
¿Qué intereses hay detrás de las dietas que salen cada año?
Todos los años sale una dieta, a veces dos. Si nos fijamos, las dietas suelen ir ligadas a intereses de editoriales. Son productos de consumo cuyo objetivo no es la salud sino la venta del mismo: libros, fibra, complementos dietéticos, concentrados de omega 3, etc. Las dietas son inventos comerciales y así hay que entenderlo. La gente no puede esperar que eso le vaya a curar un problema de obesidad. Afortunadamente, no hay constancia en los consumidores, porque si perseveraran y realizasen las dietas que se venden podrían tener problemas de salud importantes, puesto que suelen ser muy desequilibradas y restrictivas.
Entonces, ¿ningún libro de dietas tiene la aprobación de una sociedad científica?
Evidentemente ningún libro de este tipo recibe nunca, jamás, ningún tipo de supervisión. Son productos editoriales, como una novela. De hecho, las últimas dietas famosas, la dieta Dukan por ejemplo, ha tenido dictámenes negativos de sociedades científicas, del Ministerio francés de Salud, del Ministerio español de Sanidad… Pero da igual, la gente lo sigue comprando puesto que son productos que enraízan muy bien con la superstición o la confianza en lo mágico. Por ejemplo, las pastillas adelgazantes tienen éxito porque se venden señalando que el consumidor no ha de hacer esfuerzo, cuando la única solución al problema de sobrepeso, por ejemplo, es tomar responsabilidades en uno mismo.
A la irresponsabilidad del consumidor hay que sumarle la mala organización y la falta de educación. En los colegios no se cuentan los efectos de una mala alimentación, por lo que no se interioriza qué puede ser perjudicial para nuestro organismo.
Y los nuevos componentes alimentarios, ¿qué tienen de cierto?
Lo importante es que los comerciantes vendan productos cuya alegación esté verificada; es decir, si dicen que es bueno para los huesos, o que tiene mucha fibra y es bueno para prevenir el estreñimiento tiene que estar demostrado. Esto es lo que recoge la ley, los alimentos no pueden anunciar que curan, tratan o previenen enfermedades. La Unión Europea (UE) ha permitido en el etiquetado ciertas alegaciones, pero han de estar demostradas por estudios científicos. Por ejemplo: hay más de un centenar de estudios científicos que demuestran que los esteroles vegetales, que se añaden a algunos productos lácteos, pueden reducir el colesterol.
El problema es que la industria alimentaria, sobre todo la del complemento dietético, la parafarmacia, es muy grande y logran escapar de la normativa. Por ejemplo, la UE nunca ha reconocido que ciertos lácteos que aumentan la inmunidad sea por efecto de las bacterias, sino porque se añade vitamina B6. Todos los fabricantes de estos productos señalan que tienen lactobacilo y vitamina B6, siendo esta última la responsable legal de que puedan dar el mensaje de inmunidad.
¿Hay cosas por mejorar en el etiquetado de los alimentos?
El etiquetado se ha ido mejorando. En España hubo un gran cambio con la famosa intoxicación de aceite de colza y, desde entonces, la legislación ha crecido tanto que se ha convertido en algo casi inmanejable. La alimentación está sobradamente reglada, lo importante es que los fabricantes apliquen las normas de seguridad alimentaria y, sobre todo, que el consumidor sea cada vez más exigente. Hay que dar toda la información posible en las etiquetas, pero esto no sirve de nada si el consumidor no está formado.
Y respecto a la polémica de la fecha de caducidad de determinados alimentos…
Es bastante razonable ya que hay un desperdicio enorme en Europa; se habla de que hasta un 50 por ciento de todo lo que se produce se elimina porque caducó. El fabricante lo que no quiere es que abras un producto suyo y lo encuentres en mal estado, pero la garantía de duración del producto es siempre mucho mayor. Es mejor poner una fecha para consumir preferentemente, puesto que la gente no tendrá, por ejemplo, los yogures al sol y podrá consumirlos unos días más tarde de la fecha de caducidad estipulada.
Parece que cada vez hay más intolerancia y alergias a ciertos alimentos, ¿por qué ocurre esto?
El mundo de las alergias y las intolerancias es tremendamente complicado y tenemos la percepción de que cada vez es más grande e importante; probablemente sea así, puesto que hay más datos científicos que hace 20 años, pero además es perfectamente posible que haya más casos. Estos casos se producen porque el ser humano está en contacto con miles de sustancias químicas que antes no conocía, desde el humo del autobús a las fibras sintéticas de la ropa. A esto se le suma que cada vez estamos en espacios más sanos, limpios e higiénicos con lo que nuestras defensas no están entrenadas.
La globalización y los avances también afectan a esta situación: posiblemente nuestras abuelas no conocían el kiwi, ni podían comer uvas en el mes de diciembre. La sociedad que hemos creado tiene muchas ventajas pero nos está generando estos problemas.
¿Por qué hay mensajes contradictorios a lo largo del tiempo sobre determinados alimentos?
Los últimos 20 o 30 años hemos oído cosas muy peculiares: se dijo que el aceite de oliva era malo, que era comida de paletos; que los huevos eran malísimos o que el pescado azul era lo peor porque subía el colesterol y aumentaba el ácido úrico, etc. Afortunadamente, con el tiempo conocemos el valor de los alimentos y podemos poner cada cosa en su sitio: el aceite de oliva podríamos decir, exagerando, que es un medicamento en sí mismo; el pescado azul es estupendo y los huevos no son malos. Lo que hay que ver es el conjunto de alimentos de nuestra dieta y saber que dentro de ésta hay alimentos que son esenciales, tales como la fruta, el pescado, la verdura, el aceite de oliva, etc.
¿Es mejor el vino o la cerveza?
En la dieta mediterránea, las bebidas fermentadas tienen un papel que es tradicional, cultural y social. El vino, la cerveza y la sidra están dentro de la dieta mediterránea, no así los destilados. Además, en los últimos años, se ha descubierto que estas bebidas tienen ciertas virtudes, pero no es obligatoria tomarlas. A veces, la publicidad o la información que recibimos parece que nos obligan a consumirlas, pero no tiene que ser así. Si se decide tomarlas, porque es cierto que pueden ser buenas para el corazón o contra la osteoporosis, ha de ser en dosis moderadas y responsables, ya que, si no, tienen más perjuicio que beneficio.