Participaste en La Mula, ¿qué pasó exactamente?
Aún no la he visto. Lógicamente me invitaron al estreno pero no pude asistir. Sé poco de todo lo que ha ocurrido. Sé que dejaron de entenderse el director y la productora. Dejé de rodar justo tres días antes de que esto pasase. Quedaban una o dos semanas de rodaje y el director se fue con el material grabado hasta la fecha; los compañeros se quedaron sin saber muy bien qué hacer. La película no fue terminada por Michael Radford y finalmente se le dio la razón a la productora española, pero no sé si disponía de todo el material. He leído prácticamente lo mismo que tú, así que no puedo decirte mucho.
¿Cómo te preparaste el personaje de Mario Conde?
Me asusté bastante. Es uno de esos personajes que estaba deseando hacer pero, a la vez, tenía miedo. Es un personaje que conocemos todos, está vivo y se puede pronunciar (risas). Me dio mucha confianza el director, Salvador Calvo; es un director muy aplicado que me dio un dosier enorme con fotos y entrevistas. Él quería huir de cualquier enfoque amarillista o rosa y centrarlo en un thriller político-financiero: uno de los referentes era la película Wall Street.
El guión está basado en el libro de Mario Conde, Días de gloria. Hay pasajes en el libro que fueron muy enriquecedores para mí como actor. Él cuenta qué pasó pero también cómo se sintió y cómo disimuló. En una cita con Mariano Rubio cuenta que el corazón se le disparó, pero afirma que se mantuvo quieto y con la mirada fija en el presidente del Banco de España para disimular que estaba nervioso.
También estaba esa otra parte de composición de alguien que existe. Que se mueve de una determinada manera, que mira de una determinada manera, que tiene una gestualidad propia, etc. Para ello vi muchas entrevistas de la época, aunque no hay muchas. Visioné varias veces una entrevista que le hizo Julia Otero. Durante el proceso de integración de la gesticulación para la preparación del personaje, noté que esos propios gestos dotan de una personalidad. Saber eso en la teoría es muy sencillo, pero vivirlo fue muy bonito. La vehemencia que yo tenía durante la preparación del personaje no era normal (risas), era una especie de posesión. Depende del personaje que esté interpretando me toleran más en casa o menos (risas).
Cuando esto sucedió me pilló muy joven y cuando me hablaron del personaje tenía grabado el calificativo que socialmente quedó instaurado: ladrón. Hoy en día, no solo por la información y el acercamiento al personaje, sino por lo que ocurre actualmente -casos de corrupción bancaria que quedan impunes-, creo que Mario Conde era una persona muy carismática y el PSOE estaba de capa caída. Considero que pudo haber miedo político por la figura de Mario Conde. Más allá de que pudiera haber regularidades en Banesto, creo que hubo un poco de todo: todos tienen cierta parte de verdad. Veo a un hombre que tras quince años preso sale de la cárcel y publica un libro para que se conozca esa parte que solo él puede contar… Creo que se mezclaron varias cosas: no era un simple banquero, era Mario Conde.
Tuviste una llamada de Mario Conde, ¿cómo fue?
Durante todo el rodaje tuvimos, casi a diario, contacto permanente con Paloma, su secretaria, que ya lo era por aquel entonces. Estuvo muy bien porque le pude consultar muchas cosas y me chivó algún tic de cuando se pone nervioso. Para ella creo que también fue algo bonito porque se abrió Banesto para el rodaje y era un lugar que ella no había pisado después de todo lo que pasó.
Cuando la serie terminó y la vio, me dijo que Mario Conde había quedado encantado con el resultado y que quería llamarme para felicitarme. Un día me llamó Paloma, recuerdo que estaba desayunado (antes del rodaje de Luna) y me preguntó si era un buen momento y me lo pasó (risas). Fue muy gracioso porque tenía la sensación de que éramos amigos y porque, aunque sabía que había interpretado a una persona que existe, uno cree que interpreta un personaje. Me hablaba de las secuencias como si fuese un director y cuando dijo “eso fue así”, me di cuenta de que lo que para mí era una secuencia para él era un capítulo de su vida.
Acabas de terminar tu participación en Hermanos…
Sí, es una miniserie de Telecinco que también dirige Salvador Calvo. Tiene seis capítulos y yo intervengo en los dos primeros. Es algo muy distinto a lo anterior que había hecho con él: interpreto a un tipo de la movida madrileña, aspirante a director de cine alternativo, que monta happenings y que acaba muy mal por culpa de la heroína. Los protagonistas los interpretan María Valverde, Antonio Velázquez y Álvaro Cervantes.
Y también estás en cartel con Emilia…
Es un montaje que ha hecho Claudio Tolcachir previamente en Argentina y me ha sorprendido muy gratamente. Sabía qué quería hacerlo aquí con otros actores, pero yo pensaba que si ya había ensayado y trabajado el texto, la obra estaba cerrada por muchos sutiles cambios que hiciese… Pero no. Durante los ensayos con nosotros hizo realmente la obra otra vez. Un día Tolcachir me dijo que se había encontrado otros cuerpos y otras voces que creaban otros personajes, siendo éstos los mismos porque el texto sigue siendo el mismo. Hay una cosa que me ha gustado mucho: hay gente que ha visto las dos versiones y decían que les era imposible comparar porque es algo así como el mismo conflicto en otra familia.
¿Con qué directores te quedarías y con cuáles te gustaría trabajar?
Tengo la suerte de rodearme de buena gente de la profesión -una profesión que puede inflar mucho el ego-. Al que le puedo decir que tiene mi firma para lo que sea es al director Salvador Calvo. Le conocí cuando vino a rodar unos capítulos de Sin tetas no hay paraíso, donde yo hacía un papel pequeño. Me quedé fascinado por cómo trabajaba; tiene mucha pasión por lo que hace y es buena gente.
En general, me quedaría con Fernando Molina, porque también es una persona a la que le gusta lo que hace. En teatro, Claudio Tolcachir ha sido una lección de tranquilidad y de no ir al resultado. Jorge Torregrossa, director de Fin, también es maravilloso. Todos tienen en común que son buenos en lo que hacen y son buena gente.
¿Nunca te has llevado ningún chasco en este aspecto?
No, y si lo he tenido supongo que lo he olvidado como mecanismo de defensa (risas). Puedo tener más o menos afinidades con unos o con otros, pero como cuando termino un proyecto comienzo otro, es como una nueva familia; siempre estoy deseoso de conocer a la siguiente familia porque hasta ahora he tenido muy buena suerte. Belén Rueda, Blanca Portillo… Es que he estado muy bien rodeado (risas).
¿Qué opinas del intrusismo en la profesión?
Si verdaderamente hay intrusismo, caerá por su propio peso. No creo que nadie quite nada a nadie. Además, creo que todo es válido en el sentido de que pueden estar requiriendo un presentador que hace un cameo en una serie. Hay quien lo puede tachar de intrusismo, pero todos sabemos, incluidos los espectadores, que se trata de algo divertido y que te recordará el programa que éste presenta, sabiendo que es una cuestión industrial de la cadena de televisión. No le está quitando el papel a Javier Bardem. Solo hay un Javier Bardem, igual que solo hay un presentador como ése.
En cuanto a la formación, lo bueno es que no hay una regla escrita sobre dónde formarte, cómo vas a comenzar, qué te puede asegurar un puesto… Todo es efímero. Puede que comiences joven porque era necesario tu desparpajo y con el trabajo te formes, y puede que haya otro que con la edad se bloquee y necesite formarse. Hay tantos caminos como personas. Ahora estoy trabajando con David Castillo; tiene 21 años y lleva trabajando en esto desde niño. Me parece fantástico.
Con el cortometraje Tránsito has sido premiado en el Festival de Torrelavega, el año pasado Fotogramas te seleccionó dentro de la nueva cosecha cinematográfica, no paras de trabajar… ¿Sientes la necesidad de cumplir las expectativas y encontrar ese papel que deje boquiabierta a la crítica?
Nada te asegura nada. Es una carrera de largo recorrido, en el mejor de los casos, en la que habrá épocas de más trabajo, otras de menos trabajo, papeles que te gusten más, papeles que te gusten menos…
¿Y cómo consigues hacer una vida estable?
Como es lo que he hecho siempre, para mí es natural (risas). He tenido la suerte de tener trabajo de manera casi continuada. Supongo que va con el carácter, el cambio y las novedades me motivan mucho. Supongo que hay actores que han tenido una eclosión muy fuerte porque han interpretado un personaje muy concreto durante mucho tiempo. Eso está bien, pero yo no he percibido en mi trabajo lo que algunos llaman encasillamiento. He hecho cosas muy diferentes y aún encuentro cosas con las que no he trabajado.
¿Qué papeles te gustaría interpretar?
Le tengo muchas ganas al cine. Disfruté mucho en Fin; pese a que ya había hecho otras cosas, fue mi primer papel protagonista en la gran pantalla. Me es difícil expresarlo, pero tengo clara la energía de los personajes que me apetecen. No es tanto la historia del personaje, tiene que ver con esos cajones de los que hablábamos antes, esos cajones que un actor no suele abrir.
¿Te gustaría que tu hijo se dedicase a la interpretación?
Me gustaría que, haga lo que haga, sea feliz; le apoyaré en lo que decida. Hombre, como a mí me apasiona mi trabajo, me gustaría que siguiese mis pasos, pero soy muy cauto. De hecho, no ha visto nada de lo que hago… Aunque hubo una vez que me dirigió (risas). Un día me acompañó a un rodaje, pero de vuelta a casa no dijo nada. Al día siguiente me dio una serie de actividades para que yo las hiciese y, con una claqueta que tiene de juguete, me fue dirigiendo (risas).