¿Qué es el consumo colaborativo?
Es lo que se ha hecho toda la vida en círculos de amistad y familia, el “vamos juntos de fin de semana y compartimos coche” o “te paso la ropa del niño”. Se trata de combinar este comportamiento, que es muy natural, con las nuevas tecnologías, las redes sociales y la generación de confianza entre desconocidos, lo que permite que alcance una velocidad y una dimensión mayor.
¿Y cuáles son los factores que han impulsado el consumo colaborativo?
Son tres. Hay una parte de cultura digital, que siempre remarco como la principal. Llevamos una década conociendo y confiando en las cosas que ocurren en internet y relacionándonos con desconocidos en internet a través de Facebook, Twitter, blogs, eBay… Luego hay una parte que tiene que ver con el always on, con el estar siempre conectado a través de los móviles, lo que ha facilitado una aceleración del proceso. Y el tercer factor es económico: con la crisis, mucha gente se está replanteando el mensaje de “cómprate dos casas y dos coches” y está buscando alternativas.
¿Consideras que el término de propiedad tiene que cambiar?
Sí, porque es ineficiente. Después de la II Guerra Mundial probablemente tuvo sentido por la necesidad de crear la abundancia en la que hemos vivido y, en algunos casos, la posesión individual sigue teniendo mucho sentido, pero no debe ser la única opción. El consumo colaborativo añade opciones para que no tengas que ser propietario de aquello que necesitas de manera puntual, no elimina la propiedad sino que añade opciones de acceso: alquiler por horas, préstamo, intercambio… Se trata de abrir el abanico para que no tengas que ser propietario de todo aquello que necesitas.
¿Cuáles son los beneficios del consumo colaborativo?
Es una modalidad de consumo bastante nueva y los pros y los contras todavía se están explorando, pero ya se están viendo beneficios sociales, económicos y ecológicos. En la parte económica estamos viendo que en las plataformas donde hay intercambio de dinero, como eBay o Airbnb, las personas se convierten en microemprendedores. Es decir, estas plataformas les dan la estructura tecnológica, legal, de pagos y de promoción para que cualquiera pueda ser, por ejemplo, un vendedor con un esfuerzo mínimo. Eso permite que la gente diversifique sus fuentes de ingresos, algo muy importante en un momento en el que el trabajo de ocho horas de un solo empleador está
desapareciendo. Por otro lado, compartir un trayecto en coche, por ejemplo, no genera ingresos pero permite compartir los gastos de una manera muy lógica. También es importante entender que no todo tiene que ser comprado o intercambiado con euros, hay maneras alternativas como los bancos de tiempo.
Respecto a la parte social, la gente muchas veces se inicia en estos temas por los beneficios económicos que, por la educación que hemos tenido, son los que nos parecen más obvios y más atractivos, pero luego, en el día a día y experiencia tras experiencia, va entendiendo que lo más potente de estas iniciativas es la gente que conoces. Nos hemos hecho muy individualistas, pero el consumo colaborativo –y para mí es lo más importante– está reconstruyendo el tejido social gracias a la tecnología.
La parte ecológica no se divulga mucho porque en las últimas décadas se ha abusado de lo ecológico y hay un poco de cansancio, pero al cabo del tiempo la gente se da cuenta de los beneficios ecológicos de, por ejemplo, compartir coche: evita fabricar más coches, fabricar más autopistas y consumir más petróleo. La idea es utilizar eficientemente todo aquello que ya existe y está en circulación para tener una menor huella ecológica. También hay una parte de diseño de objetos para que puedan entrar en el uso compartido y en el reciclaje circular.
¿En qué consiste esto último?
Los diseños de los objetos están pensados para un uso individual: compra, posesión y uso, y a la basura, lo que llamamos obsolescencia programada. Muchas de estas iniciativas en las que el objeto se usa durante mucho más tiempo y por mucha más gente están forzando a cambiar el diseño de los objetos para que sean mucho más reparables, incluso en código abierto. Eso también está teniendo un impacto ecológico porque lo que se fabrica dura mucho más.
¿En el consumo colaborativo es más importante tener confianza que tener dinero?
En estos sistemas tienes tu perfil con tu foto, tus comentarios, las valoraciones de otros usuarios… Toda esta información va a generar confianza en la gente que no te conoce. La confianza es parte del sistema, pero no la única. Muchas iniciativas combinan dinero con esta necesidad de confianza. La autora Rachel Botsman dice que la confianza es la nueva moneda, pero yo discrepo porque la confianza no se consume. Si alguien me aloja en su casa porque he generado confianza, el hecho de que me aloje en su casa no va a reducir el nivel de confianza sino que es probable que lo incremente, pero la moneda sí que la gasto. Eso sí, la confianza se puede perder de golpe si tienes uno o dos comentarios negativos y te será muy difícil interactuar, aunque tengas dinero.
¿Y cómo hemos pasado de no confiar en nadie a esta nueva situación de confianza a través de las redes sociales?
Porque antes no teníamos indicadores. Cuando vas en el metro no tienes información, no sabes quién te rodea –bueno, ahora con las Google Glass ya veremos (risas)–. En cambio, en Twitter, por ejemplo, tienes una afinidad con gente que no conoces de nada porque tienes suficiente información que te genera empatía y confianza. Las herramientas digitales permiten reconstruir la confianza.
¿Cuáles son los límites del consumo colaborativo?
El primer límite es personal, cada uno comparte lo que quiere. Hay gente que dice que nunca compartiría su coche, que en su casa no entra nadie o que no le gusta ponerse ropa usada. Cada uno debe explorar y encontrar sus límites. También hay unos límites culturales, compartir todavía está un poco estigmatizado. En España cuando dices que no te quieres comprar un piso porque prefieres vivir de alquiler la gente piensa que estás tirando el dinero, y en la escuela nos han enseñado que si haces algo gratis eres tonto.
Luego hay unos límites legales y fiscales porque el sistema no está preparado para este tipo de comportamientos, pero la innovación social está cambiando las maneras de pensar. La pregunta ya no es “¿cómo me puedo comprar un coche?”, sino “¿cómo me puedo desplazar de A a B de la manera más económica y ecológica posible?” y eso genera tensiones con el sistema que se tendrán que ir trabajando.
Volvemos a lo cultural. Por parte de los medios de comunicación o de los economistas más liberales ha habido una presión generalizada en la sociedad occidental sobre el hecho del hiperconsumo, de que tú eres lo que compras. Eso ha permitido un cierto crecimiento económico y unos beneficios que, luego, se han llevado al límite. La gente percibía que era necesario tener un piso en la ciudad, otro en la sierra, un coche para cada miembro de la familia… Era lo normal y si no lo hacías te consideraban una persona rara o un poco al margen del sistema. Perdimos ciertos valores por el camino por la presión cultural, pero gracias a las nuevas tecnologías estamos volviendo a permitir que compartir sea lo normal y como los beneficios son obvios no hay que explicarlo mucho, hay que facilitarlo. Como es un tema muy práctico se está apuntando más y más gente, y el cambio cultural viene por el ejercicio y por participar en estas iniciativas. Un cambio cultural no se puede explicar ni imponer, hay que experimentarlo e ir pasito a pasito.
¿En qué se diferencia el consumo colaborativo del crecimiento cero o del decrecimiento?
Tanto el crecimiento cero como el decrecimiento tienen un mensaje complicado de transmitir. Hay una parte muy ideológica en integrarse en este tipo de comportamientos y, por lo tanto, es más difícil que atraigan a un gran volumen de gente. Probablemente tengan mucho sentido, pero a veces es mejor ser un poco menos purista y conseguir más impacto en la gente. En un crecimiento cero si tienes que irte de Barcelona a Gerona te dirían que no vayas, es decir, que intentes minimizar los desplazamientos
porque estás teniendo un impacto en el consumo. Desde el punto de vista del consumo colaborativo te dirían que vayas porque tienes que ir, pero que te juntes con otros que van a hacer el mismo desplazamiento.
¿La crisis económica ha favorecido el impulso del consumo colaborativo?
Sí, evidentemente. Ha favorecido que más gente se haya visto atraída por este tipo de comportamientos y que haya decidido superar las barreras mentales y culturales, y probar. La necesidad económica ha empujado a mucha gente a tener comportamientos que antes no tenía y a experimentar. Y otros, sobre todo la gente joven, los nativos digitales, no entienden por qué no pueden hacer ciertas cosas que la tecnología permite y han decidido hacerlo.
Si la crisis se supera, ¿crees que el consumo colaborativo va a desaparecer o se va a mantener?
Soy de los que piensan que esto no es una crisis, sino la nueva normalidad. Es una crisis sistémica y, por lo tanto, hay que cambiar el sistema. El consumo colaborativo ahora está muy en expansión y cuando las cosas se normalicen probablemente tenga un poco de retroceso. Pero, al hablar de un cambio cultural, esa semilla va a quedar ahí, sobre todo porque los empresarios y las administraciones están empezando a ver los beneficios que tiene para ellos. Estas herramientas permiten a la Administración que los ciudadanos se organicen entre ellos y hagan cosas que la Administración tiene que facilitar pero que no tiene que hacer. El teórico Michel Bauwens habla del Estado-socio, un Estado que acompaña y ayuda a las personas que quieren organizarse y hacer las cosas mejor en su día a día. El consumo colaborativo va por ahí y la Administración verá estos beneficios. Y cuando consigan poner tasas en estas transacciones obtendrá un beneficio económico directo.
Las empresas también están viendo que si no venden coches tendrán que empezar a alquilarlos o a proporcionar servicios de movilidad. Pasarán de vender productos a vender servicios. Son modelos de negocio distintos, pero es que la gente ya no querrá comprar al volumen que se compraba antes porque no hay dinero y porque culturalmente no será aceptado. Estos nuevos modelos de negocio tienen sentido y, por lo tanto, se van a quedar; no sé si más o menos, pero creo que es una semilla que va a brotar de distintas maneras.