En el libro dices que perteneces a la generación del descontrol…
Fueron los años previos a la aparición del sida, todo valía, nadie sabía nada… Acababa de morir Franco y se pasó de un país en el que todo era delito o pecado, a todo lo contrario, al todo vale. Es famosa esta frase de Enrique Tierno Galván, alcalde de Madrid: “¡Rockeros, el que no esté colocado, que se coloque, y al loro!”. Aquello se llevó por delante a, prácticamente, una generación entera. Lo más democrático de aquellos años fue, precisamente, la heroína: golpeó arriba, golpeó en el medio y golpeó abajo. Vi caer a todos aquellos que dijeron “yo controlo”. En cambio, los que dijimos “cuidado, que esto es excesivamente bueno”, sobrevivimos.
Uno de los primeros sitios en los que ejerciste el periodismo fue en El Caso, ¿cómo fue tu trayectoria en ese medio?
Hice unos cuántos reportajes, pero en seguida se dieron cuenta de que lo mío no era la sangre (risas). Aunque luego, por desgracia, cuando me especialicé en el mundo árabe, he estado cuatro veces en Irak…

¿Por qué te especializaste en el mundo árabe?
Me planteé aprender un idioma raro, no sabía si ruso o árabe, pero teniendo en cuenta que no me gusta el frío y que no soporto el alcohol, me decanté por el árabe. A partir de ahí, mi carrera profesional ha ido ligada a la cultura árabe, al Islam y a temas de interés humano.
Hablando de temas de interés humano, has acogido en tu propia casa a más de 3.500 jóvenes marroquíes inmigrantes…
Cuando en los años 90 empezaron a llegar a España estos niños solos procedentes del norte de África, yo ya estaba estudiando árabe y entré en contacto con ellos a través de la mezquita de Estrecho, en Madrid, a la que estaba ayudando a organizar su gabinete de prensa. Nadie sabía qué hacer con ellos y se me ocurrió llevarlos al Grupo de Menores (Grume) de la Policía Judicial para que los tutelaran. A partir de ahí, se corrió la voz y cada vez que llegaba un niño solo, me lo traían. De repente, aparecieron un montón de asociaciones benéficas –hay que distinguir entre las que son auténticas ONG y las que son organizaciones ‘sinónimo’ de lucro– que descubrieron el chollo y que recibían subvenciones de entre 3.000 y 9.000 euros por niño al mes. ¿Les ponían langosta para desayunar, ostras para comer y percebes para cenar? Un policía me dijo “Jaime, perdona, pero me parece que estás haciendo el tonto, ¿tú sabes lo que están cobrando las asociaciones por estos niños?”.
Un montón de gente vivía a costa de la inmigración. Las asociaciones proliferaron como setas, la Administración abrió la mano y solamente se requerían tres personas para abrir una. Eran los años del boom económico y se repartía el dinero muy alegremente. A partir de ese momento, las asociaciones se encargaron de los menores y los chavales que empezaron a llegarme eran aquellos a los que, cuando cumplían 18 años, les regalaban una tarta y les ponían de patitas en la calle sin recursos porque ya no podían cotizar por ellos.
Pero, ¿un particular puede hacerse cargo de jóvenes en esta situación?
Hay una ley que impide que un particular ayude a menores en situación de riesgo y desamparo, y otra ley que impide que un particular ayude a inmigrantes ilegales. Pero yo me acojo a otra ley de rango superior, la Constitución, que ampara y protege el derecho y el deber al socorro. Además, en el caso de los menores, si uno llamaba a mi puerta para que le ayudara y no le abría, yo estaba cometiendo un delito de denegación de auxilio. Así que, como me dijo un fiscal jefe de menores, no soy ilegal porque no estoy cometiendo ninguna ilegalidad, sino todo lo contrario, pero sí alegal porque no hay jurisprudencia sobre un tipo como yo.

¿Y no te has planteado formar parte de una ONG o crear una?
Al principio intenté meterme en alguna, pero tenían miedo a que les quitaran la subvención si formaba parte de ellas ya que, por ser periodista, he publicado reportajes en Interviú, en Tiempo y en El Mundo sobre la situación de estos chicos y la desatención por parte de las autoridades, ya sean de un partido o de otro.
Al final, me montó la ONG un grupo de amigos porque soy objetor burocrático (risas), en el sentido en que no sé hacer papeles. Ya tengo una cobertura legal, al menos sobre el papel, pero nunca he recibido una subvención. Eso sí, tengo amigos que, a veces, nos hacen la compra o que, como tienen hijos de la edad de estos chicos, nos dan la ropa que ya no utilizan.
¿Llegan ahora tantos jóvenes inmigrantes como en los 90?
No, muchísimos menos, entre otras cosas porque ahora es más difícil atravesar la frontera y porque Marruecos está subiendo económica y socialmente.
¿Qué te parecen las medidas disuasorias que se colocan en las vallas fronterizas, como las concertinas?
Fundamentalmente, que no se puede poner puertas al hambre. No estoy de acuerdo con que venga todo el que quiera, por simple racionalidad, pero eso sí, una vez que están aquí, hay que atenderles como al resto de los seres humanos. No estoy a favor de las concertinas ni de las fronteras, pero vivimos en un mundo con una serie de reglas que hay que aceptar. Nadie se marcha de su casa y abandona su familia porque quiere, le empuja el hambre, la política o los desastres naturales. Lo que hay que hacer es ayudar a que esas personas no tengan que abandonar su entorno.