¿Por qué decidiste formar parte de Payasos Sin Fronteras?
Comencé hace 12 años. Payasos Sin Fronteras nació hace 20 años y los conocí poco después. Al principio sólo había oficina en Barcelona, pero finalmente conseguimos que hubiese también una en Madrid y muchos entramos a formar parte de la organización.
¿Qué te ha aportado la experiencia?
Muchísimo. Además de las expediciones, hay un programa que patrocina Correos con el que vamos a hospitales, a los módulos materno-infantiles de las cárceles y a centros de discapacitados, y me he dado cuenta de que lo que hacemos es muy necesario.
Los propios médicos reconocen el valor terapéutico de la risa. De hecho, Médicos Sin Fronteras nos llamó un mes después del tsunami del sudeste asiático porque, aunque el tema médico y de alimentación estaba estabilizado, los niños tenían que recuperar la risa. En Haití he estado un par de veces, antes y después del terremoto, y allí he visto cómo conseguimos que niños que llevan un mes absolutamente espantados vuelvan a sonreír.
Pepe Villuela dice que la risa de esos niños es muy importante no sólo para ellos, sino también para sus familias. Si las familias ven que sus hijos recuperan la risa, piensan que hay futuro y esperanza.
Acabas de volver de una expedición en Colombia, ¿cómo ha ido?
Muy bien, la gente allí es encantadora. Ya me habían dicho que, seguramente, de toda Latinoamérica los colombianos son las personas más educadas y respetuosas. Además, son muy alegres y amables. Los lugares a los que hemos ido son campos de desplazados de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur). No nos dejaban pasearnos mucho, teníamos que ir directamente a la escuela porque eran barrios peligrosos. Algunos de los niños no podían ir a la función porque los padres tenían miedo de que pasasen de un sector a otro del barrio… Es terrible.
En todos los lugares a los que hemos ido nos reciben alborozados, aunque luego les vuelva la tristeza o el recuerdo. El año pasado, estuvimos en Costa de Marfil y fue una explosión de júbilo, pero cuando terminamos rodearon el coche y nos pedían comida. Se te cae el alma a los pies. Era como si dijesen “vale, sí, ya nos hemos reído, pero tenemos hambre”.
¿Qué lleváis, además de risa?
Los payasos no llevamos nunca nada, ni siquiera llevamos regalos para los niños. Primero, por una cuestión de operatividad: no podemos llevar tantas cosas porque visitamos a miles de niños en cada expedición. Sin embargo, los niños se quedan con detalles…
Tortell Poltrona, el fundador de Payasos Sin Fronteras, volvió a unos campos de refugiados en Bosnia, en los que ya había estado antes, y una niña le dijo que todavía tenía el regalo que le hizo. La niña abrió la mano y le enseñó un puñadito de confeti que él había tirado. A lo mejor es más importante eso que andar llevando camisetas.
¿Soléis ir acompañados por otras organizaciones?
Sí, normalmente trabajamos con otra ONG, que es la que se ocupa de la infraestructura, de gestionarnos el alojamiento, de los transportes internos y de la programación: Acnur, Médicos Sin Fronteras, Cruz Roja, la Agencia Española para la Cooperación Internacional y el Desarrollo (Aecid)… Bueno, con la Aecid ahora menos, porque no hay ni un duro en el Ministerio de Asuntos Exteriores y hace dos o tres años que no vamos a ninguna expedición con la agencia. Es fundamental que vayamos con otra organización, no podemos llegar allí por las buenas y decir: “¡Hola, somos los payasos!” (risas).
¿Cómo os reciben los gobiernos de los países a los que vais?
No se suelen pronunciar. En Haití, por ejemplo, el gobierno brilla por su ausencia; va a llevarse lo poco que queda. En África tampoco… No nos hacen mucho caso. Siempre hay periodistas que se interesan y hay países en los que la embajada española nos ha hecho una recepción, como en Namibia y Haití, pero en otros pasan de nosotros. A los gobiernos no les estorbamos, pero tampoco ponen mucho interés en nuestra visita.
¿Qué recuerdas de tu primera expedición?
Fue en Namibia, en los hospitales de Windhoek. Por las mañanas teníamos funciones y por las tardes yo daba un taller de magia y mi compañero, de pantomima. Los hospitales estaban hechos polvo y tengo grabado el olor, una mezcla de enfermedad, suciedad y miseria. Daba mucha pena que, encima de que estaban enfermos, tuvieran que vivir en esas condiciones.
¿Qué es lo más duro de las expediciones?
Lo más duro es ver esos ojos que llevan todo el miedo y toda la tragedia que han sufrido. En Costa de Marfil tenían muy reciente la guerra, muchos niños se habían quedado huérfanos y, a pesar de que se están riendo y de que te reciben con mucho alborozo, en sus ojos ves esa tragedia. También se hace duro el clima y las condiciones de trabajo, pero así pierdo barriga (risas). Es duro, pero no lo piensas; en el momento en que estás vestido cambias el chip y sales siempre con la misma energía. Cuando sabes que los niños te están esperando, te pones la nariz y no piensas ni en el cansancio ni en nada. Luego llegas al hotel y caes rendido (risas). La mayoría de las expediciones son bastante agotadoras.
En los hospitales también he pasado malos momentos porque hay niños que están muy malitos… Una vez, en un hospital de Oviedo, estuve en la habitación de una niña encantadora. Estaba toda calvita, pero tenía una energía… Cuando salí de la habitación, la enfermera me dijo que le quedaba una semana de vida. No es justo. Tuve que olvidarlo porque no podía entrar con tanta pena a la siguiente habitación. Si tienes que llorar, lloras después, cuando terminas.
¿Y lo más gratificante?
El cariño de los niños y de sus familiares; nos ponemos gordos. Nos buscan después de las funciones, nos abrazan, y eso te llena de amor. Los ves tan contentos… Es lo más gratificante: las risas y el agradecimiento de niños y mayores.
¿Cuál es el público más difícil?
El de aquí (risas). Los niños que están muy acostumbrados a ver payasos desde pequeños son muy exigentes, se saben todos los trucos de magia… Son mucho más difíciles los niños de España.
¿Es difícil hacer reír a un payaso? Porque a lo mejor sois un poquito exigentes…
No… Hay libros cómicos que me hacen reír, incluso si voy leyendo en el metro. Quizá no es fácil que me ría a carcajadas, tiene que ser alguien muy bueno… Me gustaban mucho Tip y Coll, con ellos sí que me he reído a carcajadas, y con los Hermanos Marx.
¿Cuál será tu próximo destino?
Todavía no lo sé, imagino que será el año que viene. Este año hay menos expediciones, vamos a hacer 13 nada más, cuando otros años se estaban haciendo 30, pero ahora no hay presupuesto, dependemos exclusivamente de nosotros. Payasos Sin Fronteras nunca ha dependido mucho de la ayuda externa, lo máximo ha sido un 30 o un 40 por ciento, así que, afortunadamente, todavía podemos funcionar con nuestros recursos: las cuotas de los socios, la recaudación de las galas… Pero, claro, no podemos hacer tantas expediciones. También hay otra gente que quiere salir de expedición. Si por muy fuera, me iba cada dos meses, pero tampoco puedes porque en una expedición no gastas nada, pero tampoco ingresas y hay que pagar la casa, la luz, el teléfono…
¿Hay relevo generacional en Payasos Sin Fronteras?
Sí. Además, en Madrid es donde mejor funciona el voluntariado, quizá porque todos los meses hacemos una reunión abierta a todo el mundo que quiera conocernos. El año pasado hicimos la gala del 20º aniversario en el Circo Price y vino gente de Barcelona que flipó con lo bien que funcionan aquí los voluntarios.
Hay gente muy joven, que ha entrado con 16 años, y que está loca por irse de expedición. Pero tienen que esperar, yo tardé tres años en salir. Es lógico porque tienes que conocer a las personas que van, no sólo por su capacidad profesional sino, sobre todo, por la parte personal. En una expedición estás conviviendo las 24 horas del día y no puedes llevar a alguien que sea un cizañero o que se esté quejando de todo. Llega un momento en el que acabas harto de tus compañeros (risas). Te apetece buscarte tu espacio; yo me suelo aislar escribiendo y cada uno hace lo que puede. Es una convivencia muy intensa.
¿Colgarás algún día los zapatos de payaso?
Creo que no. Charlie Rivel seguía actuando con ochenta y tantos años, y Carlo Colombaioni también. En Payasos Sin Fronteras los más veteranos somos Tortell Poltrona, Pepe Villuela y yo, pero también hay payasos de 18 años. Y payasas; en las expediciones siempre buscamos que vaya una mujer. Es importante porque vamos a sitios muy machistas y está bien que vean que las mujeres también pueden ser payasas. En los números de las bofetadas hacemos que gane la chica; eso le gusta mucho a las niñas y a las madres (risas).