¿Cómo has llegado a donde estás ahora?
Todo empieza en el Pequeño Taller de Teatro, una compañía juvenil dirigida por Carlos Marco en la que entré con 14 años. Hice mi primera gira profesional con ellos, trabajos en televisión, etc. Ahí está el germen. A partir de ahí, me voy a Estados Unidos y bailo allí un año con una compañía profesional. Cuando vuelvo, bailo con Víctor Ullate y decido presentarme a la Real Escuela Superior de Arte Dramático (Resad), que es donde empieza la profesionalización.
¿Y cómo pasas casi del anonimato a ser uno de los grandes del teatro?
Ese paso sucede hace relativamente poco. Nunca me ha faltado trabajo, he trabajado mucho como actor, pero la parte más mediática, en la que la gente empieza a preguntarse “¿quién es este tío?”, surge hace apenas cuatro años con La función por hacer. Soy un pisacharcos y he ido abordando muchas disciplinas. Empecé a escribir para televisión y de ahí surgió mi faceta como autor. Aitor Tejada y yo montamos Kamikaze Producciones y lo primero que hicimos fueron tres cortometrajes. Ya teníamos La función por hacer más o menos pensada y decidimos ponerla en marcha, sin dinero y sin un sitio donde estrenar, pero convencimos a un grupo de actores para que se aliaran con nosotros y ahí se inició todo.
Desde ese momento, todo ha sido como una bola de nieve gigantesca que, afortunadamente, nos pilla maduros y con muchos años de profesión en las espaldas, y no hay ni media tontería. Lo que sí que hay es el gozo especial de colocarte en un lugar en el que puedes elegir cómo, dónde y con quién. A la gran fortuna de estar en esta profesión se une la gran maravilla de poder elegir.
Ya eres un habitual en las candidaturas de los Premios Max y del Premio Valle-Inclán, ¿qué supone esto para ti?
Me dicen que ya estaré acostumbrado. Pues no. Nosotros somos siete hermanos y a mi madre siempre le decían que ya tenía que estar acostumbrada a los niños, pero ella decía que no, que cada hijo es de una manera diferente. Las candidaturas premian a trabajos diferentes, es el reconocimiento de los compañeros y es muy emocionante. Además, en cada convocatoria pasa algo diferente. En esta, los que ya tengo como director me hacen la misma ilusión y hay otros que me hacen muy feliz: este año estamos con De ratones y hombres y me hace una ilusión tremenda que se lo pueda llevar Concha Busto, una productora histórica de este país que ha querido cerrar su carrera con este trabajo; que se lo lleve Toni Canal, un actor con una energía brutal; o que compartan candidatura Fernando Cayo y Roberto Álamo. Además, los premios son fundamentales para que la industria siga adelante. Cuando La función por hacer se llevó siete Max se agilizó la venta del espectáculo y eso es esencial para dinamizar el teatro, que falta nos hace.
¿En qué faceta te sientes más cómodo?

Me siento muy bien como director, creo que he encontrado mi sitio. No echo de menos subirme al escenario como actor, aunque creo que para que alguien dirija bien a los actores, primero ha tenido que ponerse en su piel. Me encuentro muy bien capitaneando los equipos, me entusiasma crearlos, que funcionen como una buena maquinaria y que mi cabeza inquieta esté en todo.
Sólo te falta dirigir un largometraje…
¡Estoy en ello! Estoy escribiendo ahora mismo. Tengo un contrato firmado para un largometraje que, supuestamente, también dirigiré. Los productores, Fernando Mubaira y Gonzalo Salazar, me han dado carta blanca para escribir. Me preguntaron sobre qué me gustaría hacer mi primera película, les dije que sobre la familia y eso es lo que estoy haciendo, a ver qué pasa.
Tus puestas en escena siempre sorprenden, ¿en qué te inspiras?
Surgen de la propia historia. Es necesario ejercitar el oído para saber qué necesita la historia. No quiero imponer un estilo personal. Siempre les digo a los actores que lo que más me emociona es que me hagan olvidar que yo he dirigido o he escrito esa función, que la historia me succione y me lleve. Es necesario poner el oído para saber cuál es el tono que piden las historias, qué tono piden. Pasa lo mismo con los personajes; antes de escribir una historia intento siempre escuchar mucho a los personajes. De hecho, antes de la sinopsis del guión para la película, escribí casi cien páginas sobre los personajes en las que les entrevisto, les hago monólogos, ellos hablan y, de alguna manera, se van conformando y van pidiendo cosas que incluso a mí me sorprenden. Eso te va afinando el oído para saber qué dirección tiene que tener la historia y te permite que tú no te impongas como personalidad, sino que la historia demande lo que necesita.
Este año en los Max me siento especialmente orgulloso de la representación por las candidaturas de De ratones y hombres, que es un drama oscuro y tenebroso; El inspector, que es una comedia lumínica, divertida y salvaje; y un monólogo como Juicio a una zorra. Hay que aplicar el oído para ver qué necesita cada historia.
¿Qué es lo peor que te ha pasado en un estreno?
Lo tengo muy presente (risas). Deseo tiene mucha maquinaria escénica, una mecánica muy complicada, y llegamos muy apretados al estreno porque es una producción muy ambiciosa técnicamente. Me puse un poco macarra y dije “esto lo saco yo”, y es verdad que lo sacamos maravillosamente, pero el primer día con público la mecánica giratoria dijo “hasta aquí he llegado” en mitad de la función y tuvimos que echar el telón. La adrenalina de ese momento no es bonita, no me gusta nada. Me gusta otro tipo de adrenalina. Afortunadamente, se solventó en nada de tiempo y pudimos continuar, pero el susto fue grande. El público también lo pasa mal en momentos así. Siempre parto de la base de que el público llega a un teatro para hacer el juego de convención de entrar en la historia que le vas a contar y cosas así perturban.
¿Tienes alguna manía o superstición a la hora de enfrentarte a un estreno o subir al escenario?
Siempre digo que no, pero luego hago todo por si acaso (risas). Realmente, pienso en lo que dicen que da mala suerte, como silbar en el teatro, pero me pillo haciéndolo y, aunque me doy cuenta y me callo, vuelvo a silbar. Pero no hago otras cosas porque se pierde mucho tiempo. Cuando voy conduciendo no puedo evitar jugar con las matrículas: me pellizco si veo una capicúa, cruzo los dedos y me los descruzo, y siempre pido deseo. Pero es una manera de movilizar las energías.
Hablando de deseos… En Deseo están representados todos los significados de la palabra deseo, pero ¿qué significa para ti?
La pulsión de Deseo tiene mucho que ver con las relaciones. Estoy felizmente casado desde hace 23 años, pugno con muchos deseos y he trasladado al argumento cosas que me pasan a mí, pero no es autobiográfica. No me ha pasado una salvajada como la del argumento nunca, pero hay parte de mí en los cuatro personajes. Deseos inconfesables no tengo… Es que soy de Carabanchel, soy muy macarra, y no me aguanto casi ningún deseo. Si sé que es racional, que puedo optar a ello, que me apetece realmente y que no voy a hacer daño a nadie, voy a por ello. Me acabo de comprar un terrenito en La Vera y mi deseo brutal es que la Administración me permita construir, por ejemplo… En cuanto a deseos sexuales, estoy bastante cubierto (risas).
En Deseo trabajas con Emma Suárez, Gonzálo de Castro, Luis Merlo y Belén López. ¿Crees que es en el teatro donde se aprecia realmente la valía de un actor?
No estoy de acuerdo exactamente. Hay actores que pueden saltar con una flexibilidad brutal del teatro al cine, y hay otros que están muchísimo mejor en el teatro o en el cine, y a los que ese salto no les gusta o no les va porque son técnicas diferentes. Sí que es verdad que el teatro tiene algo y que cuando el actor sale al escenario es dueño y señor de su trabajo. Con una película te puedes llevar grandes alegrías, pero los rodajes están fragmentados y se puede empezar por el final, mientras que en el teatro sí que tienes un arco dramático que te permite saborear y exprimir a tu personaje de una forma mucho más profunda, más gloriosa. Cuando tienes un personaje con un arco dramático fabuloso, ese viaje se puede convertir en algo realmente especial.
En comparación con el cine, ¿el teatro es un arte minotitario?
Sí, porque la representación es en vivo y en directo y tienes, como en este caso, las 800 personas que caben en el Teatro Alcázar. Pero también se alarga mucho en el tiempo, con lo que tampoco es tan minoritario porque vas sumando y sumando… No se puede comparar con una película de éxito con cientos de copias pululando por todo el país, pero sí que llegas a mucha gente.