Llevas el periodismo de crímenes en los genes.
Cuando creces entre viejos volúmenes del periódico El Caso y tienes un padre, Francisco Pérez Abellán, que ha escrito más de 30 libros sobre crímenes y sucesos, algo se te acaba pegando. La verdad es que, desde que empecé a trabajar, siempre me he dedicado a asuntos de crímenes, sucesos y misterios.
¿Tu padre y tú tenéis conversaciones truculentas?
Tratamos de no llevarnos el trabajo a casa, pero hemos comentado el hilo de la actualidad desde que yo era bien pequeño. Junto a mi padre he vivido tragedias como la de Alcácer, aún sin resolver por completo, y muchísimos otros crímenes.
Tampoco hace falta tener un padre periodista de sucesos para introducirse en el mundo del crimen, porque los cuentos populares ya son lo bastante sangrientos…
Esos cuentos tratan de prevenir lo que sucede en la realidad y, muchas veces, beben directamente de crímenes reales. Aquí nos ha pasado con el caso del hombre del saco, por ejemplo, que realmente se refiere a cualquier secuestrador de niños, no es solo una leyenda. Todos estos cuentos, como Caperucita Roja, tratan de hacer comprensible para los niños esta realidad tan dura.
¿Qué hace que alguien normal se convierta en un criminal?
Esa es la pregunta que la criminología lleva muchas décadas tratando de resolver. Es muy difícil saberlo. Siempre digo que el criminal es el monstruo que está bajo la piel. Todos pensamos que es muy fácil ver la cara del asesino –quién no ha visto a alguien con mala cara y se ha cambiado de acera–, pero, muy probablemente, esa persona es completamente inofensiva. Los verdaderamente peligrosos son los que se esconden entre la gente, los que están sentados junto a nosotros en el metro… Nos diferencian muy pocas cosas; de hecho, cualquier persona, en determinadas circunstancias, es capaz de matar. Eso sí, esas circunstancias no se suelen dar, y menos en una sociedad civilizada. Los que matan suelen ser personas que tienen un interés muy claro, ya sea positivo, como proteger la vida de alguien, o negativo, para tratar de arrebatarle a otro algo que te produce placer.
El debate es si el criminal nace o se hace y creo que es una mezcla de las dos cosas: hay personas que nacen con una predeterminación hacia la violencia, pero que nunca hacen daño a nadie porque el entorno social les protege; y, por el contrario, hay personas que no tienen ninguna tendencia agresiva, pero que están en un entorno tan hostil que les empuja a hacer el mal a otros. Pienso que influye muchísimo más dónde se desarrolla la personalidad que lo que nos viene dado en la genética.
¿Qué define a un psicópata?
El psicópata es una persona incapaz de tener empatía, es decir, la capacidad de ponerse en el lugar de otra persona. Todos conocemos a algún psicópata; en el trabajo hay psicópatas. Un psicópata es ese conductor de autobús que te ve corriendo durante 50 metros y que, cuando por fin llegas a la puerta, te cierra y se va. Eso es un psicópata porque no le importa lo que a ti te pase. ¿Qué sucede cuando, además de psicópata, uno tiene tendencia al crimen? Que se convierte en un asesino muy peligroso. Por definición, el asesino siempre hace algo que le genera un beneficio, pero, si encima es un psicópata, disfruta y se convierte en el criminal perfecto. Además, suelen ser inteligentes y se entregan por completo a lo que ellos desean.
¿Cuál es tu motivación para dedicarte a cubrir este tipo de casos? Porque se te tiene que poner mal cuerpo…
Por supuesto. La motivación es muy sencilla: la única manera de protegernos es conocer a los asesinos. El mal está entre nosotros, eso no lo podemos evitar y cerrar los ojos no sirve para nada. Tiene que haber personas que busquen datos, respuestas y soluciones a esta problemática. Los monstruos nacen en nuestra propia sociedad. De hecho, sociedades similares generan monstruos similares y ahora estamos heredando la cultura anglosajona, donde se han producido los asesinos en serie. En España hemos tenido varios, pero pocos comparados con los que hay en Estados Unidos e, incluso, en el Reino Unido, pero, paulatinamente, van a pareciendo figuras criminales muy parecidas, como el asesino de la baraja (Alfredo Galán Sotillo). Hay que estar preparados, no sirve de nada dejarlo de lado y no informar de ello porque sea desagradable.
Pero, por mucho que se informe sobre ello, muchos de estos crímenes son imprevisibles…
Hay tragedias que se pueden evitar no yendo a descampados por la noche, no subiéndose en el coche de un desconocido, no cayendo en determinadas trampas… La información sirve para ver cómo se comporta un criminal. Por ejemplo, el asesino en serie Ted Bundy era un hombre guapísimo, absolutamente seductor, y hacía cosas tan sencillas como fingir que tenía un brazo en cabestrillo para conseguir que una chica le ayudara. Si uno conoce que esto ha sido el comportamiento de un criminal anteriormente, se pone en guardia. Es verdad que, de repente, te puedes encontrar con un asesino en medio de la calle y no poder hacer nada, pero no es lo habitual. Los asesinos van avisando y la víctima, sin saberlo, a veces se pone en su punto de mira. Eso no significa que haya que tener miedo, por supuesto que no; siempre digo que los malos están, pero que los buenos somos muchos más.
Además, a pesar de que el cine y la literatura nos digan lo contrario, los criminales que más daño nos hacen siempre están cerca de nosotros. Es muy raro que un asesino te coja arbitrariamente en la calle; sucede, pero es muy raro. El 90 por ciento de los crímenes sucede en el entorno de la familia y los amigos.
¿Saber esto no nos puede convertir en personas extremadamente desconfiadas?
Los extremos nunca son buenos y tan malo es ir despreocupadamente, que es la tendencia habitual en la sociedad, como tener miedo. Creo que saber lo que ocurre y conocer los datos –no hay tanto crimen– también te ayuda a evitar el miedo. España es un país seguro, pero hay que poner los medios para estar cada vez más seguros y eso empieza por nosotros mismos.
¿Somos unos dejados?
Ahora mismo vivimos, quizá porque nos lo han impuesto, en una realidad muy extraña en la que parece que estamos absolutamente seguros todo el tiempo y que no hay ningún peligro. Vamos por la calle sin mirar, volvemos a las cinco de la mañana por lugares donde hay poca gente y después de habernos tomado una copa, dejamos nuestros bienes a la vista de todo el mundo… Eso es ponerse en peligro.
¿Cómo no se traspasa la delgada línea que hay entre la información de sucesos y el morbo?
Es difícil, pero la clave está en la formación. Cuando uno está acostumbrado a tratar estos temas, aprende muy rápido a respetar a las personas; el respeto es fundamental. Cuando uno se acerca al crimen y sabe que la información puede hacer daño, tanto a la investigación como a las personas implicadas, es muy fácil saber que el morbo está en todo eso que excede lo puramente informativo. Lo que nos interesa no es ver el cadáver en el suelo, ni la mancha de sangre, ni a la madre llorando; nos conmueve, pero no nos aporta nada. Si tratamos de reducir esto al mínimo y maximizamos el contenido informativo, estamos ofreciendo un servicio a la sociedad y evitando el morbo.
¿En qué te ha cambiado conocer este tipo de historias?
No sabría decirte… Llevo mamando esto desde que soy pequeño, así que no sé cómo hubiera evolucionado si no hubiera conocido todas estas historias. No soy una persona especialmente precavida, pero siempre he pensado las cosas dos veces. Hago cosas tan básicas como ir a un bar y no soltar mi bebida, porque lo de la burundanga no es una leyenda urbana. Pero no me ha cambiado para nada la vida; si acaso, para bien. Y creo que con mi labor también he ayudado a que la gente esté un poquito más protegida.
Se acaba de reeditar tu libro Dossier Negro, que publicaste en 2012. ¿Qué aporta esta nueva edición del “retrato de la parte más oscura del alma humana”, como tú lo defines?
Tiene un capítulo más, una actualización de todo, muchas más fotos… He estado directamente implicado en todos los casos, gracias a mi labor periodística. Todos tenemos una parte oscura en el alma, pero la mayoría no la desarrollamos porque, al socializarnos, hemos puesto unos determinados límites. Pero las personas a las que no les importa pasar por encima de alguien para conseguir algo nos pueden hacer daño. A través del libro vamos a asomarnos al abismo y a ver cosas terroríficas que han hecho las personas. Está escrito como una novela; la idea es que uno pueda coger el libro y leérselo como una obra de ficción, sabiendo que todo lo que está leyendo es verdad. El escalofrío es tremendo.

¿Qué tienen en común los criminales que salen en el libro?
Una de las cosas que siempre hace el criminal es servirse a sí mismo, es la destilación del puro egoísmo. Todos somos egoístas por naturaleza, pero ellos no tienen límite, siempre obran para sacar un beneficio. Lo complicado es saber qué beneficio es. Cuando nos asomamos a esta parte oscura hay que ponerse en la piel de los asesinos, no piensan como nosotros. Hay cosas que no se nos pasarían por la cabeza, como torturar o matar a un niño, o por qué una madre piensa que su hija está poseída y, en un exorcismo brutal, ella misma le quita la vida. Es muy difícil comprenderlo, pero tiene explicación.
¿Son inteligentes?
Hay mucho mito sobre esto. Lo son, pero no tienen por qué ser especialmente inteligentes y no solo los inteligentes matan; hay crímenes cometidos por personas muy simples. Son seres humanos como nosotros, ni más ni menos, aunque nos dé miedo.
¿Se puede reinsertar un criminal en la sociedad?
No está nada claro. De hecho, las cárceles no hacen nada para que esa persona vuelva a la sociedad mejor de lo que entró.