¿Qué es Slow Fashion?
Es un término acuñado por Kate Fletcher que nació a raíz del movimiento Slow Food. Son los mismos conceptos, pero aplicados a la moda; si nos preocupamos de lo que comemos, también hay que preocuparse por lo que nos ponemos encima de la piel y por lo que vestimos. Lo que predica este movimiento es que la producción de ropa tiene que respetar el ritmo de la naturaleza. Lo que conocemos como Fast Fashion es un sistema de producción tremendamente impactante en el medio ambiente y en la salud de las personas. Por ejemplo, para producir la materia de una camiseta de algodón, que normalmente tiene unos 250 gramos, se necesitan 2.700 litros de agua. Multiplícalos por la cantidad de camisetas que compramos de una manera totalmente banal. Lo que decimos desde Slow Fashion es que hay que empezar a producir teniendo en cuenta al medio ambiente y a las personas.
¿Cuándo comenzaste a interesarte por ello?
Nunca he sido activista, pero la vida siempre me ha generado un tremendo respeto. Digo que soy ‘biofila’ (risas). He tenido una carrera profesional muy interesante: he trabajado como diseñadora de moda, en institutos de tendencia en París y en dos grandes cadenas en España. Cuando te metes en la industria viajas a Hong Kong, visitas las fábricas y te empiezas a dar cuenta de las condiciones en las que se produce la ropa. Así que te planteas si seguir formando parte de ese sistema o salir y hacer otra cosa. Decidí salir.

¿Qué parte del proceso hace que la moda sea sostenible?
Lo que hay que hacer es un análisis del ciclo de vida de la prenda para identificar todas las etapas por las que pasa: producción de la materia prima, hilado, tinte, corte y confección, acabados… Es una industria enormemente consumidora de recursos energéticos y en la que hay personas trabajando de 12 a 20 horas al día y de seis a siete días por semana. No es legítimo que se estén creando grandes fortunas a costa de tantas manos. Además, se considera que la industria textil es responsable del 10 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono. La media de uso de una prenda son seis veces, ¿dónde van luego todas esas prendas que compra todo el mundo?
¿Seis veces?
Eso dicen las estadísticas. Es bastante común que alguien te diga que tiene ropa en el armario que ni se ha puesto. Del 20 por ciento de la ropa que tenemos sacamos el 80 por ciento de uso y del otro 80 por ciento de ropa solamente sacamos el 20 por ciento de uso. Así es el armario de todo el mundo, tenemos demasiado de muchas cosas.
¿Será la moda sostenible otra moda pasajera?
Va a depender de los proyectos. Algunos se caerán porque no tienen contundencia desde la base y las alternativas reales nacerán desde quienes realmente lo viven con esa profundidad. Se nota perfectamente quién lo lleva en su ADN y quién se quiere colgar la etiqueta de ‘sostenible’.
Hablar de moda sostenible cuando la moda es algo que está en boga durante algún tiempo chirría un poco…
Sí, pero cómo empiezas a hablar de esto si no… No se puede ser tan purista (risas).
¿Qué es el ecodiseño?
Para mí es un nuevo paradigma. Lo que se hacía en los años 80 y 90 eran soluciones de final de tubo, es decir, se hace mal, pero se intenta recuperar desde lo que se ha hecho mal. El cambio es hacerse las buenas preguntas desde el principio. Por ejemplo, a través del diseño de materiales subreciclables, que tengan un círculo de reciclaje infinito. Hay materiales que se van a acabar dentro de 30 o 50 años, ¿qué van a hacer los que vengan después sin esos materiales?
¿Cuáles son los materiales éticos?
Es complicado… Para clasificar un material tienes que ver lo que ha costado energéticamente, en recursos y en químicos al medio ambiente y a la salud de las personas. Cuando se piensa en producciones sostenibles, se suele hablar de prendas orgánicas, pero, a lo mejor, el algodón orgánico está utilizando mucha más agua que un algodón reciclado, dependiendo de dónde esté la plantación. Si preguntas a los sectores que están mucho más sensibilizados con los animales, te dirán que lo ético es que haya cero consumo de animales. Hay muchos factores que mirar… Como norma general, lo reciclado es lo más sostenible, pero está claro que tenemos que aprender a diseñar nuevos materiales.
Eso trasciende el mundo de la moda…
Para mí, de hecho, es lo que la hace apasionante. Creo que la moda ya ha cubierto el ciclo, los grandes creadores han pasado… Hay que buscar otra evolución. ¿Qué saldrá si cruzamos la moda con la naturaleza para hacer diseños biomiméticos? ¿O si aplicamos el neuromarketing? El cruce de disciplinas es lo que va a tirar ahora. La diseñadora Suzanne Lee trabaja con biólogos para producir un tejido que se cultiva en el agua mezclando azúcar y una bacteria. Eso es lo apasionante.
¿En qué países está más arraigado el concepto de Slow Fashion?
Mi país de referencia es Holanda; allí hay iniciativas muy interesantes, como los zapatos compostables OAT Shoes. Los países nórdicos nos llevan años de ventaja; los ingleses tienen más apoyo institucional; Alemania tiene menos estética, pero más conciencia; en Estados Unidos también hay una corriente muy potente… Slow Fashion Spain, de momento, es una iniciativa emprendedora. Para que se convierta en una plataforma real de moda sostenible hace falta inversión.