¿Un mal director puede estropear una buena composición?
Sí, y una buena orquesta. Cuanto mejor sea una orquesta, menos dependerá su calidad de la del director, pero si, además, hay un gran director delante, los resultados serán excelentes. Hay música que siempre va a ser genial, por muy mal que la hagas, como La bohème de Giacomo Puccini o el Otelo de Giuseppe Verdi… Bueno, realmente, sí que se pueden estropear (risas). Es música muy difícil que hay que hacer con mucho refinamiento y, efectivamente, un mal director influye tanto en una obra como en una orquesta.
Cuando un resultado es malo, ¿quién se lleva la peor parte? ¿El director o la orquesta?
Siempre trato de buscar la culpa en el director, que soy yo. De hecho, es la única manera de evolucionar. Si piensas que lo que ha pasado ha sido por culpa de los demás, nunca progresas. Si un instrumento no entra a tiempo, siempre pienso en qué he hecho mal para haber propiciado ese error o, incluso, en qué no he hecho para evitarlo. Soy un obseso, grabo todos mis ensayos y los escucho para localizar los errores y su causa. Tampoco digo que todo sea culpa del director; sería pretencioso pensar que somos todopoderosos, pero, a la vez, también es la visión más humilde. Tengo que pensar que de mí puede depender que salga bien todo, aunque me esté echando una enorme responsabilidad a mis espaldas.
¿Has recibido alguna mala crítica?
Sí, claro. Afortunadamente son las que menos, no me puedo quejar.
¿Cómo son los críticos musicales?
Los hay que saben más, los hay que saben menos, los hay más objetivos y los hay más subjetivos. La crítica es algo necesario, pero me gusta cuando es constructiva porque una cosa es la calidad y otra, la noche que tengas (risas). Así que creo que el crítico tiene dos tareas diferentes: una es valorar el talento artístico que tiene delante, que es algo innato que se desarrolla con un montón de trabajo; y otra es valorar lo que ha hecho ese artista en un concierto en concreto. Un artista tiene una trayectoria de años que no se puede encumbrar ni destrozar por un concierto o por una ópera. Los críticos constructivos parten de la base del talento que consideran que tiene ese artista y, a partir de ahí, informan al lector de lo que ha hecho esa noche. Hay otros que si has tenido una mala noche deciden que no deberías dirigir nunca más, pero me imagino que eso también es respetable puesto que vivimos en una maravillosa libertad de prensa (risas).
¿Cómo vais de ego los directores de orquesta?
Creo que, por una parte, el ego es absolutamente necesario. Si no, no te subirías ahí porque eres el punto de mira de los 200 profesionales que tienes delante y de los 2.000 espectadores que tienes detrás. Pero, por otra parte, tiene que ser absolutamente controlable porque solo debe aparecer en el momento del concierto. Durante los ensayos debemos estar todos al servicio de los compositores y de la música que estamos haciendo. Las estrellas son ellos: Verdi, Puccini, Richard Wagner, Piotr Ilich Chaikovski… Nosotros somos simples medios que se precisan para transmitir la obra de esos genios al público. Si hay egos y no hay la humildad de corregir errores e intercambiar pareceres, estamos haciendo un flaco favor a la música.
¿Hay mujeres directoras?
Sí, aunque pocas, no sé por qué. Quizá sea porque es una labor que llama más a los chicos que a las chicas entre los músicos jóvenes que estudian en el conservatorio. Pero, hoy en día, no creo que se le cierre el paso a ninguna mujer directora. Desgraciadamente, la igualdad que tenemos ahora entre hombres y mujeres es demasiado reciente, y la dirección de orquesta también es una profesión reciente, que surgió en la segunda mitad del siglo XIX. Antes dirigía o el compositor de la obra o el primer violín de la orquesta, pero llegó un momento en el que se hacían obras de tal complejidad que se entendió que era necesario que un especialista se dedicara solamente a que todo aquello funcionara junto. Como somos una profesión relativamente joven, quizá por eso la incorporación de la mujer es más tardía.
¿También compones?
Como afición y sin ninguna pretensión. Tengo tanto respeto por los compositores y me parece tan grande la obra de tantos de ellos, que componer pretendiendo estar a la altura me asusta.
¿El súmmum de un director es tocar la Marcha Radetzky en el concierto de Año Nuevo de Viena?
Es curioso porque, a nivel musical, es mucho más motivador dirigir un Otelo de Verdi, una Electra de Richard Strauss o la Novena Sinfonía de Gustav Mahler, pero el concierto de Año Nuevo de Viena es el más conocido del mundo, el que más espectadores tiene, y recibir la invitación para dirigirlo es lo que te corona en el Olimpo de los directores. Si lo consigues quiere decir que te ha ido muy bien en tu profesión.
¿Qué es lo que más te emociona dirigir y dónde?
Tuve la ocasión de dirigir un homenaje a Montserrat Caballé en el Teatro Real de Madrid el pasado diciembre y fue muy emocionante verme dirigiendo en ese lugar en el que he aprendido a amar la ópera. Respecto a los compositores, ya empieza a haber algunos más cercanos a mi sensibilidad y que siento más afines a mí: Mahler, Anton Bruckner, Anton Dvorak en sinfónico y en ópera, sobre todo, Verdi, Puccini y, cada vez más, Wagner. También Richard Strauss… Mi problema es que me gusta todo.
Cuando diriges a Wagner, ¿te dan ganas de invadir Polonia, como dice Woody Allen?
¡No! (risas). Creo que Daniel Barenboim ha hecho una gran labor en ese sentido; es el primero que, después de muchísimos años, ha dirigido a Wagner en Israel. El arte debe estar por encima de la política y, sobre todo, de los gustos de los políticos. Ha habido muchos compositores, directores de orquesta e intérpretes estigmatizados por el nazismo, porque resulta que a Adolf Hitler le gustaban Wagner y Richard Strauss. Es normal que abominemos cualquier cosa que le pasase por la mente a Hitler, pero Wagner es un genio incuestionable de la historia de la música. Es cierto que Wagner tenía ideología antisemita, pero una cosa es tener una ideología y otra es la barbaridad que llevaron a cabo los nazis. El arte es independiente y libre, no es de nadie.
¿Qué tipo de música te gusta?
Todo, desde las grandes voces de la música ligera de los años 60, 70 y 80, hasta el pop británico de los Beatles, los Rolling Stones, U2, Coldplay… También me gusta música más comercial; por ejemplo me encanta Euphoria, de Loreen, el temazo que ganó el Festival de Eurovisión en 2012.
¿Qué se puede hacer para acercar al público general la música sinfónica o la ópera? Porque parece que solo una élite tiene acceso a ello…
Debería darse mucha más importancia a la música en nuestro ámbito cultural y general. Es una de las manifestaciones artísticas más universales, un lenguaje que todo el mundo puede llegar a entender, no hace falta traducción. Pero eso es algo que no está lo suficientemente valorado por los políticos o por quienes toman decisiones. Tengo la sensación de que lo que se considera cultura en nuestro país es el legado de la Generación del 27 y, desgraciadamente, en la Residencia de Estudiantes no había ningún músico, pero sí grandes literatos como Federico García Lorca, grandes pintores como Salvador Dalí y grandes cineastas como Luis Buñuel. Los grandes músicos como Manuel de Falla o, anteriormente, Isaac Albéniz estaban emigrados. Si la música pertenece a una élite es, quizá, porque a nivel estatal no se considera parte de esa cultura absolutamente necesaria y fundamental, así que se subvenciona menos, es más cara y resulta inaccesible, aunque la taquilla no cubre el gasto que genera el espectáculo.