¿Qué sentiste cuando publicaste un cómic por primera vez?
Tenía 21 años y te sientes… es una pasada, te mueres del gusto (risas). Me podía más el ansia por publicar que la intelectualización del trabajo; eso llegó un poco más tarde. Mi primer tebeo (Hire, el terrible vampiro samurái) es una cosa muy chunga, pero le guardo muchísimo cariño. Aprendes sacando aciertos y errores.
Después te lo tomaste con más calma porque tardaste cuatro años en publicar El Brujo…
Me suele pasar con todo, empiezo con muchas ganas y luego me voy calmando (risas). La verdad es que necesité tomarme un respiro del mundo del cómic y, cuando me vinieron las ganas de dibujar otra vez, lo iba haciendo en mis ratos libres. Me lo tomé con calma y saqué una cosa totalmente distinta a lo que hacía cuando empecé, que era un cómic más de género y de aventuras. El resultado fue más artístico y el proceso, más complejo. Cada página está hecha con una técnica distinta y la idea era ver cómo influía la técnica en la narración, porque no es lo mismo dibujar una escena de una guerra con un pincel que con lápiz. Fue una obra larga, pero todo lo bueno se hace esperar (risas).
¿El esfuerzo se vio recompensado por la acogida que tuvo el cómic?
Hay gente que lo ha entendido, gente que no, personas a las que les gusta, otras a las que no… Tú lo haces con una intención, pero tampoco te puedes meter en la mente de cada lector. Lo bonito de este trabajo es que tendrá un sentido muy diferente para cada persona, y hay que estar muy abierto a eso porque cada uno tiene un bagaje cultural e intelectual.
Te encargas tanto de las ilustraciones como del guion, ¿qué haces antes?
Soy muy caótica, no soy nada ordenada. Normalmente empiezo por el proceso de storyboard, en el que dibujo las páginas en pequeñito y voy abocetando lo que quiero poner en cada una. Luego apoyo eso con un guion escrito puro porque necesito ver si los diálogos funcionan o no. Voy combinando esas dos cosas, pero depende del capítulo con el que esté.
¿Cuáles son tus referentes?
Muchos. En el cine, me gustan mucho Ingmar Bergman, Stanley Kubrick… En la literatura, Franz Kafka, Philip K. Dick, Richard Matheson, Ray Bradbury, León Tolstói… de todo. Y en el mundo del cómic me gusta mucho Osamu Tezuka, que tiene una obra maravillosa que se llama Fénix y que es de las que más me han marcado, Alberto Breccia y José Muñoz y Carlos Sampayo.
¿Cómo definirías tu estilo?
Uf, no sé cómo definirlo… Raro (risas). Geométrico y de colores extravagantes, por decir algo.
¿Es bueno tener un estilo muy definido?
Creo que no debe ser la prioridad de nadie. Cuanto más buscas un estilo, más huye de ti. El estilo viene con el tiempo, con la experiencia, con asimilar muchas cosas distintas. Tu estilo es lo que es por lo que tú eres. ¿Es bueno tenerlo? Hay gente que lo tiene y triunfa, como Jordi Labanda, y hay gente que es más ‘mercenaria’ y que decide adaptar su estilo a lo que está contando o al trabajo que se les propone, y hace lo que sea, desde humor gráfico hasta ilustración realista. Ambos caminos son igual de respetables. Hay ejemplos de ilustradores versátiles, como Raúl (Raúl Fernández Calleja) o Federico del Barrio, que son excepcionales.
Eres una de las fundadoras de la Asociación de Autoras de Cómic (AAC), ¿por qué era necesaria esta organización?
Porque, realmente, no tenemos la visibilidad que nos gustaría en el mundo del cómic, tanto desde el punto de vista de la autoría como dentro de la ficción. No es que nuestros compañeros nos quieran invisibilizar, es algo inconsciente, ha ocurrido en el cine, en la literatura… y en el cómic no iba a ser menos. Hay muchísimas autoras con un montón de trayectoria a las que ni se las conoce ni se las premia igual que a los hombres. Por ejemplo, todo el mundo sabe quién es Carlos Giménez, pero nadie sabe quién es Nuria Pompeia, que también tiene una larga trayectoria.
¿Hacer una asociación de mujeres no es autodiscriminarse?
Creo que, a lo largo de la historia, se ha demostrado que la lucha individual de las mujeres, salvo en casos excepcionales, no sirve para nada; la lucha en grupo hace más ruido. Ha habido mujeres con una trayectoria impecable y que han hecho mucho por intentar ser exactamente iguales que los compañeros, pero al final no se las conoce, así que no ha sido suficiente. Solamente hay una dibujante española de gran renombre, Purita Campos. Su Esther ha vendido más que Mortadelo y Filemón; pese a eso, se la conoce menos que a Francisco Ibáñez. Si no lo intentamos en grupo, no lo vamos a conseguir.