¿Cómo decides dedicarte a lo que haces?
El proceso es largo, no fue un momento puntual. Por mi historia profesional anterior me gustaba el tema de la formación y de las conferencias, pero mi objetivo era trabajar en una multinacional y ser un gran jefe de recursos humanos. Me tocó salir de una multinacional por una fusión y, en ese momento, me planteé seguir buscando trabajo -lo hice durante unos meses - o montar algo por mi cuenta y dedicarme a ser mi propio empleador.
Así es como tomé la decisión, un poco dada por el mercado. La gente empezó a demandarme acciones puntuales y llegó un momento en que me di cuenta de que con acciones de este tipo podía vivir muy contento.
Pero en ningún momento dejaste de formarte…
He sido siempre tremendamente inquieto, así que cuando salí de Pfizer, en 2003, estaba buscando trabajo sin tener nada que hacer, así que comencé a estudiar Periodismo porque era una asignatura pendiente. Soy muy partidario de retomar objetivos que has tenido en la vida. Lo importante es no parar y seguir formándote.
¿Y luego pasaste a ser profesor en la Universidad Carlos III?
Fue una casualidad de la vida: me quedo sin trabajo, empiezo a hacer colaboraciones puntuales con alguna empresa y comienzo a estudiar Periodismo. Gracias a estas colaboraciones, me invitan a dar unas charlas en un máster de Recurso Humanos que se imparte en la Universidad Carlos III, donde yo estudiaba Periodismo. Comienzo a dar clases en este máster y el que coordinaba las clases de Recursos Humanos me informa de que va a salir una plaza y me anima a presentarme.
Así que, el último año de estudiante en Periodismo, estaba como profesor en otra facultad de la misma universidad. Fue algo muy curioso porque no quería que se supiese. Mis profesores de Periodismo no sabían que yo era profesor en la misma universidad, y mis alumnos de Administración y Dirección de Empresas no sabían que yo era alumno.
Fue una año muy esquizofrénico y divertido hasta que un alumno mío me dijo: “oye tío, que me ha dicho mi compañero de piso que tú eres su compañero de clase en Periodismo” (risas).
¿Cómo comienza dosabrazos?
A los seis u ocho meses de estar en el paro y realizar trabajos puntuales, me doy cuenta de que estoy viviendo de los beneficios de estos cursos y conferencias, de que soy mi propio jefe, que me autogestiono y que estoy bien, así que decido dedicarme a ello. Al año, me doy cuenta de que tengo que tener una marca, un nombre, una página web, que tengo que darle una entidad a aquello que estoy haciendo. Así que decido bautizarlo como dosabrazos, buscar a un amigo que me haga la página web, etc., hasta que al cabo de dos años hago un buen logotipo, una buena marca corporativa y le doy forma a algo que ahora tiene un poquito de nombre.
Fue entonces cuando pusiste en funcionamiento lo que llamas el pensamiento lateral. ¿Qué es eso?
El ser humano tiene dos tipos de pensamientos: el lineal o convergente y el lateral o divergente. El primero es el pensamiento lógico, esto es, yo he estudiado en un colegio, de ahí he pasado a una carrera universitaria, de ahí paso a hacer un máster, luego entro en una multinacional y ahora tengo que crecer en la multinacional. Eso es lo lógico, es lo que mis padres y yo esperábamos de mí. El pensamiento lateral es darse cuenta de que hay un mundo entero de posibilidades alrededor que, a lo mejor, no siguen la misma secuencia lógica, es decir, que pegan saltos. Me lo aplico a mí mismo porque elijo un nombre que no tiene nada que ver con lo que hago, un nombre que me gusta; elijo impartir cursos en los que me lo paso bien, con algunos gano mucho dinero y con otros no gano nada; elijo no tener una disciplina de trabajo en lo referente a los horarios… Es decir, elijo hacer lo que me da la gana dentro de que necesito una linealidad para pagar la hipoteca y comer.
Dentro del pensamiento lineal, creo una marca que no sigue una lógica. Creo dosabrazos pero soy Carlos Hernández, algo que me decían que confundiría al cliente: “o eres Carlos Hernández o eres dosabrazos”. Siempre digo que una de las fuentes de la creatividad es la inocencia, el hacer cosas sin tener ni idea. A veces me han salido cosas desastrosamente mal, pero con otras he conseguido posicionarme.
¿Cómo remonta uno ante el fracaso?
Los fallos son aprendizaje puro, son necesarios. Creo que el fracaso no existe. Fracasas cuando no vuelves a intentarlo. Cuando vuelves a intentar algo no has fracasado, te has equivocado, has fallado, pero no has fracasado. Es imposible una vida sin fallos.
Cuando empecé a intentar escribir libros se me ocurrió llamar a las editoriales, hasta que descubrí que lo que tienes que hacer es dejarte ver y entonces las editoriales te llaman a ti. Fallos he tenido muchos, pero son los que te hacen aprender y retomar las cosas de otra manera.
¿Cómo de importantes son las habilidades sociales?
Son fundamentales, todo lo que hacemos en la vida, no solo profesionalmente, es comunicación. Desde pasar una entrevista de trabajo, vender un producto, hasta negociar con tu pareja que quieres ir de vacaciones a la playa y no al monte… Al final todo es comunicación.
La comunicación la realizamos a través de habilidades sociales, que son las que nos permiten conseguir objetivos a través de nuestra forma de relacionarnos con los demás. Normalmente una persona sin habilidades sociales está muchísimo menos capacitada para conseguir objetivos personales.
¿Cuál es la diferencia entre optimismo para torpes y el optimismo inteligente?
El optimismo torpe -también lo llamo optimismo ñoño o ilusorio- es pensar que todo es cojonudo, aunque no lo sea. Es decir, “estoy en paro, no me sale nada, todo es una mierda, pero soy feliz porque tengo que ser optimista” y conformarte con eso. Así no se va a lograr nada mejor.
El optimismo inteligente es creer que las cosas van a ir a mejor y que pueden ir a mejor. Hay una cosa muy importante: el mero hecho de pensar que las cosas irán mejor te tiene que impulsar a trabajar para conseguirlo. Es decir, un optimista torpe se queda sin trabajo, pero piensa que tampoco pasa nada, que la vida es así, que estamos en crisis y que ya pasará algo; en cambio, el optimismo inteligente es pensar, en la misma situación, que voy a conseguir un trabajo, incluso mejor, y como estoy convencido de ello voy a actuar para conseguirlo: enviar 2.000 curriculum, llamar a 4.000 personas, etc., porque lo voy a conseguir. El optimismo inteligente provoca que las cosas mejoren.
Pero muchas veces se dice que un pesimista es un optimista bien informado…
Muchas veces critican a los optimistas porque creen que tenemos un optimismo ilusorio y que vemos lo bueno en todo lo malo. El optimismo no es ver lo bueno en todo lo malo. Los optimistas también sufren y lloran, pero saben que eso lo pueden superar.
Voltaire escribió Cándido, o el optimismo, en donde se critica a los optimistas por ser personas cándidas. Pero el optimismo inteligente no es un optimismo conformista en ningún momento. El iluso o el cándido es el optimista torpe.
¿Cuál sería el perfil de la persona más optimista del mundo?
No sé cuál es la persona más optimista del mundo, sí hay estudios sobre quién es la persona más feliz en el mundo, pero ese no es mi campo. Está “demostrado” que la persona más feliz del mundo es un monje budista que vive en Nepal y es asesor del Dalái Lama. Lo han demostrado a través de analizar situaciones de bienestar en momentos de meditación. Estos mismos estudios, si no recuerdo mal, también señalan que Costa Rica es el país más feliz del mundo.